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Tres mentiras de la Felicidad en el trabajo

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Me alojo en un hotel cercano a la Basílica del Pilar, en Zaragoza. Sobre la mesa encuentro un folleto que aporta 12 consejos para ser feliz, uno por año. En febrero, por ejemplo, toca sonreír en todo momento; ni más ni menos. Con lo que a mí me cuesta sonreír cuando me concentro, a ver cómo escribo este artículo. Menos mal que el desayuno me ha aportado una sorpresa que no solo ha inspirado varias sonrisas, sino alguna idea que contaré más adelante.

La felicidad se ha convertido en tendencia y no solo en el trabajo. Publicidad, revistas de moda, espacios de ocio y todo tipo de productos y servicios nos ofrecen sencillos atajos para este complejo valle de lágrimas; también en el trabajo. Entre tanta parafernalia es normal que empecemos a saturarnos, a poner en tela de juicio muchas de estas propuestas de bienestar e incluso a tejer ideas “conspiracionistas” acerca de una alienación programada por alguien.

Tal vez conviene empezar a separar la paja del grano y desvelar las tres creencias más erróneas acerca de la felicidad, al menos en lo que al trabajo se refiere.

  1. Felices por decreto. La felicidad no es responsabilidad de la empresa ni puede imponerse desde la organización.

Cuando en Aedipe Galicia decidimos abordar el concepto de felicidad en el trabajo, nos encontramos la frontal oposición de quienes consideraban, con sabio criterio, que la felicidad no es responsabilidad de la empresa. Efectivamente, las empresas no nacen con la finalidad de generar bienestar para sus empleados ni existe norma alguna que obligue a ello. Desde la primera Carta Magna Española, la Pepa, cuyo texto reconocía que “El  objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación y el bienestar de los individuos que la componen”, ninguna norma ha regulado la obligatoriedad de promover la felicidad. Me atrevo a señalar, aunque tal juicio no me corresponda, que el deber moral consiste, a lo sumo, en no impedir el bienestar ni en ser productores de infelicidad.

No podemos caer en el riesgo de la felicidad despótica, del prohibido estar triste o enfadado. No puede imponerse ni desde los gobiernos ni desde las empresas. Nada más lejos de nuestra intención.

  1. Ser feliz es fácil: ponga un futbolín en sus vidas. Ser feliz no es fácil. A pesar de lo que dice el folleto del hotel donde me alojo es que: “Solo tienes que saber cómo y, sobre todo, empezar hoy mismo”. En definitiva, si no eres feliz, ¿debes sentirte culpable por ello?

Utilizar la palabra felicidad nos lleva, sin duda, a numerosos malentendidos. El bienestar de cada individuo, su satisfacción con la vida, dependen de la combinación de muchos factores; desde la propia genética hasta las circunstancias de cada quien. Sin embargo, la mayoría de la publicidad que vemos o leemos nos vende la felicidad en forma de espacios de diversión con acusado enfoque naíf, tanto en su colorido como en su propio concepto. Un buen espantajo para cualquier persona cuerda que asociará, de este modo, la felicidad en el trabajo con un estado de idiocia  laboral pandémica.

No, la felicidad en el trabajo no es fácil y las investigaciones que se están llevando a cabo sobre este tema son tan rigurosas como ambiciosas. No nos proponemos convertir toda actividad laboral en fuente de emociones positivas. Tampoco pretendemos convertir el sacrificio y el esfuerzo personal en una forma de engrandecimiento humano. Buscamos una armonía entre la motivación y la actividad que permita una vinculación positiva con el trabajo.

Es un camino complejo en el que deben confluir al menos dos intenciones, la voluntad del individuo y  el interés de la organización por facilitar las condiciones para el bienestar emocional (la satisfacción con el trabajo), el bienestar eudaimónico (desarrollo profesional, cómo puedo aprovechar mi talento) y el bienestar social (relaciones positivas).

  1. La felicidad es productiva. La clave no está en la felicidad de las personas, sino en su funcionamiento óptimo.

El bienestar de las personas no garantiza su productividad, aunque la infelicidad sí garantiza muchos problemas. El vínculo entre felicidad y eficiencia es casi tan antiguo como la humanidad. Aristóteles ya decía que “sin actividad no hay placer, y el placer perfecciona toda actividad”. En efecto, la ciencia ha demostrado cómo los empleados felices están el doble de tiempo centrados en su trabajo y trabajan con un 65% más de vigor que sus colegas (Pryce-Jones, 2010). También hay estudios que relacionan aspectos como la autoeficacia colectiva con la productividad y el optimismo con la rentabilidad (Luthans, Youssef y Avolio, 2007). La clave no está en la felicidad de las personas, sino en una gestión eficiente de los recursos que integre de forma natural la confianza, el sentido de pertenencia y el reconocimiento para desarrollar el máximo potencial de la organización.

Por último, me gustaría señalar que si bien estas actuales corrientes de búsqueda de la satisfacción personal se podrían tildar de individualismo, el concepto de felicidad en el trabajo que abordamos en cada edición de la Conferencia Internacional FET, es absolutamente relacional; el foco de atención no está en el individuo, sino en las relaciones de éste. Decía Peterson que la psicología positiva podía resumirse en tres palabras: los demás importan; efectivamente el funcionamiento óptimo de una persona no se entiende, en estos tiempos, sin su conexión con el entorno que le rodea y de forma muy especial con las demás personas. Es la única vía para entender, en un mundo absolutamente conectado y globalizado, que nuestras expectativas deben superar el ámbito subjetivo.

Mientras escribo este artículo, en la cafetería del hotel una camarera ayuda a una persona nueva. Por lo que veo, la está mentorizando y le explica cada detalle de la tarea. La nueva es Elena, una chica con síndrome de down a la que acaban de incorporar. Observo un gesto (un pellizco en la mejilla) que me muestra cómo la mentora está poniendo tanto cariño como paciencia. Pregunto a todo el equipo, uno por uno, qué significa tener allí a Elena y dos aspectos son comunes a todas las respuestas: la sensación de que con mi trabajo ayudo a otros y, sobre todo, el buen humor que ella muestra siempre. “Siempre sonríe, siempre está contenta y cuando uno llega con el día cruzado, ella nos recuerda lo que de verdad importa”. No te obligo a sonreír, te doy razones para hacerlo, podría ser la próxima campaña de endomarketing de este hotel.

Artículo adaptado de

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